¡Las veces que habré escuchado a mi padre
contar cómo llegó a Elda cuando casi todavía ni había aprendido a pronunciar el
nombre de su pueblo natal, Montealegre del Castillo! Es una historia que siento
tan mía, que hoy, como un pequeño homenaje a mi padre, Juan Martínez, me
gustaría compartirla en este post.
Nació un 17 de Julio de 1948 en la que
llamaban la casa del “Rubi”, donde su familia estaba de alquiler en Montealegre
de Castillo. Con tan sólo cuatro años, su familia decidió trasladarse a Elda.
Los inicios no fueron nada fáciles. La casa que el poco dinero que tenían les
dio para alquilar en el antiguo barrio de La Tafalera ni siquiera tenía tejado,
por lo que hasta mi abuelo, Vicente, pudo reunir algo de dinero para reparar el
tejado. Se pasaron más de una semana durmiendo al raso.
Durante sus primeros tiempos en Elda, las
dificultades económicas de la familia eran tantas que a los seis años mi padre
tuvo que ponerse a trabajar. Recuerdo que, siendo yo un niño, siempre me
repetía: “Cuando yo tenía seis años ya me
ganaba el pan de mi casa”. A esa edad, empezó trabajando en un pequeño
taller de aparado haciendo recados y continuó trabajando en distintos talleres
de calzado hasta los 16 años. Pero por dentro sentía un vacío al pensar que
ésta no era la vida que deseaba y soñaba. Un día, montando hormas en la casa
familiar, se enfadó y le pegó una patada a las piezas. Su padre (mi abuelo),
que estaba con él en ese momento, le preguntó qué le pasaba y mi padre le
contestó: “Si tuviera diez pesetas,
mandaba los zapatos a la mierda y me iba a vender lo que sea por ahí”. Al
día siguiente, su padre le dejó diez pesetas y le dijo: “a ver qué vas a hacer ahora”.
Con esas diez pesetas que su padre le
había prestado, fue como mi padre dio un giro de 180º a su vida.
A las puertas
del Mercado Central de Elda, empezó a vender conejos, salchichones y todo
aquello que podía interesar a las clientas. Le bastó un año para tener su
propia caseta dentro del mercado y a los 21 ya contaba con diez puestos de
carnicería donde, sobre todo, vendía productos cárnicos de origen manchego. Su
empeño y tesón le habían permitido alcanzar una vida mejor, aunque no sin
dificultad, ya que a las horas que dedicaba al negocio (levantándose a las 5 de
la mañana para viajar hasta Murcia y Albacete para comprar carne, quedándose
más tarde de las 12 de la noche para preparar embutido y dedicando los domingos
a vender jamones puerta a puerta) se sumaban las dedicadas a criar a tres hijos
fruto del amor con Cortes.
Las carnicerías, conocidas como “Los
Martínez”, funcionaban realmente bien, pero resultaba un negocio muy
sacrificado y mi padre quería algo mejor para nosotros, su familia. Siempre
había soñado con construir edificios, “cuanto
más altos, mejor” y fue a los 24 años cuando mi padre empezó su primer
edificio de viviendas en Elda. Un año más tarde, volvió a dar un giro de 180º a
su vida, vendiendo todos los puestos del mercado y dedicándose exclusivamente a
la promoción y venta inmobiliaria. Un giro que volvió a resultar exitoso porque
hoy, a sus 66 años, mi padre tiene a sus espaldas más de 2.000 viviendas
construidas en la provincia de Alicante, principalmente pisos en Elda y Petrer, y algún
edificio en Albacete y en su pueblo natal, Montealegre del Castillo, además de haber disfrutado como un niño en la finca “Las Ramblas”, una de las mejores fincas de cultivo, ocio y
caza de toda la península.
Aunque actualmente ya está jubilado, no
hay día que no se pase por la empresa familiar para vernos y apoyarnos en
nuestro trabajo, insistiéndonos siempre en la importancia de construir edificios
de calidad, como él siempre ha hecho.
Juan Martínez, gran empresario, mejor
persona y, sobre todo, un buen padre.