lunes, 2 de marzo de 2015

ELDA Y PETRER, EL LUGAR DONDE VIVO

La verdad es que no sé si habrá muchos puntos geográficos de nuestro país donde se repita esta situación, pero el lugar en el que vivo posee varias casas con el “corazón partido”, al tener partes de su vivienda en territorio de un municipio y otras partes en territorio de otro término municipal. Ésta es la realidad de mi lugar, una realidad con nombre propio, las ciudades de Elda y Petrer.

Y esa situación resulta casi anecdótica, si piensas que, pese a que sólo las separa una calle (te puedo asegurar que al foráneo que llega por primera vez aquí muchas veces le asaltan las dudas de si está en un municipio o en otro), las diferencias culturales, de idiosincrasia, de tradiciones, incluso de lengua son notables. Así, mientras que en Elda se habla castellano, en Petrer, una parte importante de la población, sobre todo los vecinos que viven en el casco antiguo y en la zona centro, siguen siendo valenciano-parlantes.

Todavía me viene a la cabeza un programa de la extinguida Televisión Autonómica Canal 9 en el que presentaban estas diferencias entre Elda y Petrer en clave de rivalidad. Si mal no recuerdo, se llamaba “El Poble del Costat”. En el programa relataban una anécdota de la que los jóvenes como yo siempre hemos oído hablar a nuestros mayores, pero de la que nunca hemos conocido detalles más exactos. 

Contaban que, a raíz de la rivalidad en torno a las Fiestas de Moros y Cristianos, a mediados de los 80, el último día de celebración, los festeros eldenses decidieron “tomar Petrer”. Al grito de “¡a Petrer, a Petrer!”, entre 300 y 400 festeros inicialmente, a los que luego se fueron sumando “tropas” hasta alcanzar cerca de los 1.000, invadieron el centro de Petrer, ataviados con sus trajes festeros, lo que sorprendió a unos e indignó a otros. La historia se repitió durante los dos años posteriores, hasta que los petrerenses, cansados de la broma, decidieron reaccionar y recibieron a sus envalentonados vecinos con proyectiles en forma de lejía. La singular batalla no acabó en tragedia, pero sí que demandó de la intervención policial para que no pasara a mayores.

Debo confesarte que, sin llegar a esos extremos, todavía hoy hay quien sigue hablando en clave de rivalidad. Sin embargo, yo estoy en el bando de los que fijan su mirada en las ventajas de vivir en una conurbación de casi 90.000 habitantes; de habitar en un lugar con doble programación cultural y con fiestas populares por duplicado; de, cruzando una calle, poder elegir comprarme una casa en una ciudad o en otra; de tener a mi disposición doble oferta comercial…

No te ocultaré que me gusta el lugar donde vivo, un lugar donde las diferencias de dos ciudades aportan riqueza a la vida de quienes, como yo, vivimos aquí.


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